Soy Imanol Álvarez. Este año estoy trabajando como monitor de tiempo libre dos horas todas las mañanas y un día a la semana tengo la oportunidad de hacer filosofía para niños. Tengo dos grupos, uno con niños de cinco años y otro con niños de entre seis y ocho, y mientras que con el primero estoy utilizando “La mariquita Juanita” con los mayores hago juegos sacados del “Jugar a pensar”. La verdad es que ya llevo doce sesiones con cada uno de los grupos y ha habido de todo, días en los que todo ha salido como yo esperaba y días en los que por una razón o por otra las cosas no han funcionado. Lógicamente he disfrutado más los días buenos pero a estas alturas creo que esta claro que se aprende mucho mas de los errores...Por ello, y a pesar de que en las siguientes líneas voy a hablar de las dos sesiones que más me han gustado, una con cada grupo, quiero dejar muy claro que las cosas ni mucho menos han salido siempre bien.
Grupo de niños de 5 años (12 niños)
Como ya he dicho, con los pequeños hemos ido leyendo cada día un capitulo de “La mariquita Juanita” para llevar a cabo a partir de ello algunos de los ejercicios que se proponen en su correspondiente libro del profesor. En el anteúltimo de los capítulos, en el numero once, se nos propone un ejercicio de valores para tratar la libertad. A partir de una frase de Conchi la cochinilla, “voy por ahí, libremente. ¡Quiero jugar y correr por el jardín!”, salí con los niños al patio y jugaron libremente durante diez minutos. Al volver a clase les pregunte cómo se habían sentido y por qué. La mayoría de los niños, excepto dos niñas que se habían aburrido, dijeron que se habían sentido muy bien porque habían estado haciendo lo que les había dado la gana. Les pregunte si se habían sentido libres y todos me contestaron que si.
Tras este ejercicio hicimos lo mismo dentro de la clase y con la posibilidad de utilizar todos los juegos y juguetes que teníamos. Hice especial hincapié en el hecho de que cada niño era totalmente libre de hacer lo que quisiera. Se pusieron a jugar entonces en tres grupos: por un lado un grupo de niñas haciendo puzzles, por otro grupo de niñas jugando con un juego de construcción con piezas de madera, y por el otro los chicos jugando con unos muñecos. En poco tiempo me vino una de las niñas quejándose de que no le dejaban jugar y yo le conteste que cada uno era libre de hacer lo que quisiera. La niña volvió a su sitio desconcertada. Los niños, que habían oído todo, se acercaron y me preguntaron un poco incrédulos aún si podían hacer lo que quisieran. Diez segundos después estaban destrozando el castillo que uno de los grupos de niñas hacían. Las niñas vinieron a quejarse y yo les dije que no podía hacer nada. Seguidamente me levante y me acerque al grupo de niñas que estaban un poco al margen con los puzzles y les rompí lo que habían hecho hasta ese momento. Para cuando me di la vuelta varios niños y niñas ya estaban discutiendo y el caos era cada vez mayor…
Dimos entonces por finalizado el juego y nos sentamos todos en un corro para hablar sobre la experiencia. Les pregunté si les había gustado ser totalmente libres y hubo respuestas de todo tipo. Las niñas que habían visto destrozados sus castillos y puzzles se quejaban de ello, los niños que los habían destrozado decían habérselo pasado bien. Luego les pregunte si creían que todos deberíamos hacer siempre lo que nos diera la gana, a lo que la mayoría de ellos contestaron que no. También les pregunte si veían necesarias las normas de convivencia que tenemos escritas en un mural de clase. La mayoría de ellos volvieron a contestar que si. Cuando les pregunte sobre el por qué se remitían a lo sucedido durante el juego.
En general, creo que la experiencia salió muy bien. Aún así, me equivoqué mucho cuando les rompí el puzzle a las niñas que no estaban participando y no les hice nada a los niños que estaban jugando con los muñecos. Busqué la participación de todos pero confié en que los chicos también sufrirían las consecuencias del juego sin percatarme de que unos muñecos no pueden tirarse ni romperse, y al ser ellos más fuertes que ellas tampoco podían quitárselos.
Grupo de niños de 6-8 años (10 niños)
Con el grupo de niños de mayor edad, como antes he dicho he trabajado con juegos sacados de “Jugar a pensar”. Quizás el día que mejor salió fue el día que trabajamos la relación causa efecto. He de decir que en las primeras sesiones trabajaba dos habilidades relacionadas entre si por el miedo a que los alumnos las entendieran como algo aislado. Con el tiempo me di cuenta de que era demasiado para cada sesión y acabábamos por no profundizar en ninguna de las dos habilidades.
Comenzamos jugando al espejo por parejas y una vez que todos los niños lo habían hecho les propuse una variante que consistía en escenificar la acción que había causado la que mi pareja hiciera. En un principio no lo entendieron pero cuando yo lo escenifiqué con uno de los niños cogieron la dinámica (el niño se estaba comiendo un bocadillo y yo me lo prepare). Cuando conseguimos hacerlo todos les propuse hacer cadenas de acontecimientos hacia detrás, al igual que habíamos hecho ahora pero continuando hasta que no se nos ocurriera nada más. Lo cierto es que esto no salió tan bien porque al elegir la primera acción sin pensar en la cadena que debían crear los niños se complicaban mucho la vida…
Tras este ejercicio de introducción puse a los niños delante de la pizarra y dibuje la línea del tiempo con el pasado, el presente y el futuro marcados. Me inventé una pequeña historia con acontecimientos en relación causa-efecto y la ubiqué en la pizarra (hambre-excesiva comida-dolor de estomago-manzanilla-bienestar). Después les pedí a los alumnos que me dijeran de qué otro acontecimiento era causa cada uno de ellos, tras lo que hicimos lo mismo con el efecto. Entonces les pregunté si un mismo acontecimiento podía ser al mismo tiempo causa y efecto de otro. A pesar de haber hecho el ejercicio anterior hubo niños que contestaron que no. Lo cierto es que en esta parte de la sesión me sentí un profesor explicando algo de forma magistral y entonces supe que algo estaba haciendo mal. Después me di cuenta de que no debería haber colocado yo la seguida de acontecimientos en la línea del tiempo, tenía que habérselos dado desordenados para que ellos mismos los colocaran.
Por último les pregunte si todos los acontecimientos tenían una causa. Algunos de los niños dijeron que si, otros que no. Yo pedí ejemplos a aquellos que lo negaron y evidentemente, no supieron darme ninguna relación secuencial que no fuera causal. Lo cierto es que cuando preparé la clase yo mismo me planteé si el ejemplo de las notas del piano que aparece en “Jugar a pensar” me convencía. Me di cuenta de que no estaba de acuerdo ya que pienso que una nota no causa directamente la siguiente pero si existe una relación causa-efecto dentro de la lógica melódica que busca una canción. Si no buscamos crear una melodía las notas no estarán en ningún tipo de relación, solo serán dos acciones aisladas que se suceden en el tiempo. En cualquier caso este es un tema complicado al que yo mismo no sabía dar respuesta y no sabía como enfocarlo, así que decidí tratar de no dirigir la conversación hacia ninguna de las posturas. ¡Pero uno de los niños me preguntó qué pensaba yo!. Le contesté que no lo sabía. Las caras de los niños eran un poema cuando me oyeron decir aquello. “¿Y porque nos lo preguntas?” me dijo otro. Sólo se me ocurrió contestarle que me parecía una pregunta bonita.
Cogí entonces la bola del mundo y les pregunté por su causa. “Porque existe el universo” me respondió uno, “¿y cual es la causa del universo?” pregunté otra vez, a lo que el mismo niño me preguntó si yo creía que el universo tenía una causa. Lo cierto que me quedé en blanco, lo primero que se me paso por la cabeza fue la idea de un dios. “Yo creo que si, pero no sé cual es ni cómo es” respondí. “Pero ¿por qué creo yo que el universo tiene causa?” pregunté intentando que descubrieran la inferencia que yo había hecho pero no recibí ninguna respuesta y fui yo mismo quien respondí “si todo tiene una causa ¿por qué el universo no?”. Ahora creo que no lo debería haber hecho.
Para terminar con la clase hicimos un sencillo ejercicio de relacionar causas y efectos sacado del “Jugar a pensar” para que los que apenas habían participado lo hicieran. Consistía en si la primera parte de ciertas frases podían causar la segunda parte de la frase.
Conclusiones acerca de los grupos
Como principal conclusión de estas sesiones me quedo con la gran diferencia que he notado entre los niños de diferentes edades. Supongo que a la gente que lleve tantos años en educación le parecerá obvio pero yo no me esperaba tanta diferencia. Hay un salto muy grande Tengo niños que van desde los cinco a los ocho años y habrá mucha gente con experiencia que haga filosofía para niños con cualquier edad...a mi de momento me cuesta mucho mas con los pequeños.
En el grupo de los pequeños me cuesta mucho que los niños sigan el hilo y se involucren en la discusión. No quiero decir que en el grupo de los mayores lo consiga con todos pero sí me doy cuenta de que cuando las cosas me salen bien la mitad de los niños lo hacen, realmente están motivados. La sesión de los pequeños que he comentado creo que es de las pocas en las que realmente me ha quedado satisfecho. En la mayoría no he sabido que los alumnos realmente se cuestionen mediante la experiencia los valores o conductas que en cada sesión trabajábamos. Muchas veces, cuando nos poníamos en círculo tenía la sensación de que sólo decían lo que yo quería oír, repetían las normas que tantas y tantas veces les imponemos pero sin comprender realmente porque las aceptaban...todo se quedaba en un ejercicio superficial.
Aún así, si comenzaba este comentario avisando de que iba a hablar de las sesiones que mejor me habían salido, quizás en las conclusiones me haya centrado demasiado en lo que no he sabido hacer. Estoy muy contento de cómo han ido las cosas y considero que estoy aprendiendo mucho con los dos grupos. Espero seguir aprendiendo mucho más.
Imanol Álvarez